martes, 25 de febrero de 2014

La mujer de la ventisca



LA MUJER DE LA VENTISCA

Llegué a Frozeart Cry una noche de invierno. Recuerdo haber visto la elegancia de las montañas nevadas. La nieve brillaba más fuerte que el Sol, que por aquel entonces no se dejaba ver mucho. Llegué al pueblo desorientado. Todas las casas estaban cerradas y sólo se podía divisar con claridad un espeso bosque a lo lejos en las montañas. Frozeart Cry parecía un pueblo fantasma, nadie estaba en la calle. Parecía como si todas las ventanas de las casas estuvieran destinadas a estar selladas eternamente. Una leve tormenta de nieve azotaba por aquel entonces el poblado, aunque pude soportarla hasta llegar a un refugio a las afueras. Toqué unas cuantas veces y una anciana muy simpática tuvo la amabilidad de abrirme.
- ¡Pasa, hijo! ¡Tendrás que estar helado!- me decía sonriendo.
- ¡Por fin alguien caritativo que me abre sus puertas! Este poblado parece estar muerto, ¿vive mucha gente?
- Pues no, la verdad. La mayoría se fueron a la gran ciudad. ¡Pero pasa, no te quedes ahí!
Entré en el refugio tiritando de frío. Había bastante gente, aunque el lugar era pequeño y acogedor. Había una gran chimenea en el norte, acompañada de sillones y una pequeña cocina. También había unas cuantas habitaciones y un baño. La gente que allí se encontraban estaban reunidas alrededor de la chimenea, como esperando a que alguien llegase.
- Llegas justo a tiempo, jovencito. Estábamos a punto de empezar nuestra historia.- dijo la anciana ofreciéndome asiento.
- Es todo muy extraño.- dije preocupado.- ¿Por qué no hay nadie en este pueblo, y por qué está todo cerrado?
- Todos marcharon porque estaban aterrados…- dijo la anciana bajando la mirada.
- ¿Aterrados?- pregunté extrañado.
- Por la leyenda de la mujer de la ventisca.- se atrevió a decir una chica que estaba sentada al lado mío.
- Veréis jovencitos.- dijo la anciana sentándose en el centro de donde estábamos sentados.- Os contaré una historia cuyos orígenes se remontan cincuenta años atrás, cuando el poblado se limitaba a cuatro o cinco casas viejas.
Sentí curiosidad por las palabras de aquella anciana tan enigmática y decidí escuchar. No me venía nada mal una buena historia para integrarme.
Hace mucho tiempo, cuando Frozeart Cry era sólo el comienzo de algo nuevo, vivió un anciano llamado Bastian con sus dos nietos: Danny y Marley. Bastian trabajaba como herrero y alimentaba a sus nietos como podía, a pesar de lo poco que ganaba. Todo se lo debía a los visitantes, que se interesaban por sus curiosas piezas. Muchos coleccionistas pagaban mucho dinero por sus colgantes en forma de cristal de nieve. Se contaba por ahí que tenían propiedades mágicas, aunque Bastian no se consideraba ningún hechicero o curandero. Danny y Marley vivían ajenos al negocio de su abuelo. Ellos también tenían colgantes en forma de cristal de nieve. Bastian les decía que habían sido de su abuela, que había muerto años atrás. Los chicos no tenían padres. Los habían abandonado cuando eran pequeños, así que sólo tenían a su abuelo, que los quería con locura.
A pesar de la vida diaria en Frozeart Cry, Marley acostumbraba a ir al bosque a recoger frutos cuando tenía tiempo libre y la escuela se lo permitía. Danny le acompañaba pocas veces, ya que su afición favorita era quedarse en casa leyendo o estudiando. En el bosque, Marley se sentía como en casa. El invierno era su pasión y le encantaba jugar a guerras de nieve con sus amigos. Pero un día, el cielo se oscureció de repente y los árboles empezaron a bailar fuera de lo común. Los amigos de Marley, asustados, huyeron despavoridos del bosque. Ella se quedó, muerta de curiosidad. El frío aumentó y la luz fue desapareciendo poco a poco. El bosque ahogó un grito que le produjo a la chica escalofríos. El grito que Marley acababa de oír parecía el de una mujer. Entonces recordó lo que su abuelo le contó un día. Contaba la leyenda que una mujer vestida de blanco y con la cara pálida vagaba por el bosque sin motivo al aparecer la ventisca, lamentándose por la pérdida de su amado. El amado la había abandonado y se sentía sola, y por eso chillaba. Algunas personas se atrevían a decir que era un fantasma que no podía descansar en paz. Otras, sin embargo, recurrían a la escusa de que era el aliento del viento helado. Marley se estremeció.
- ¿Quién anda ahí? ¿Eres la mujer de la ventisca?
Una silueta negra apareció de entre las sombras. Marley intentó retroceder algunos pasos, pero se dio cuenta de que estaba paralizada. La luz invernal dejó ver poco a poco la identidad del extraño. Era Danny.
- ¡Me habías asustado!
- ¿Estás bien? Salí a buscarte porque se hacía tarde, y me encontré a tus amigos, que salían del bosque aterrados. Lulú me dijo que tú seguías aquí.
- Pensaba que era la mujer de la ventisca.
- ¿La mujer de la ventisca? ¿Tienes trece años y todavía te crees esas tonterías? ¡Son cuentos de viejas!
- ¿No has oído el grito, Danny? Parecía como si hubiera gritado una mujer…me estoy asustando.
- Venga, Marley. Deja de pensar esas tonterías y vayámonos a casa. El abuelo Bastian está a punto de hacernos la comida.
Pero Marley no se movía.
- ¿Estás sorda, enana? ¡VÁMONOS, QUE ME MUERO DE FRÍO!
- No te muevas, Danny…ni mires hacia atrás.
Marley tenía los ojos salidos de las órbitas. Los tenía tan abiertos que no era capaz de parpadear. Danny empezó a reírse a carcajadas y quiso poner a prueba a su hermana mirando hacia atrás. Quedó paralizado.
- Pero que…
Una mujer con expresión de dolor y con la cara más pálida que el cielo del frío invierno le miraba atentamente. Su pelo blanco se movía a la par de la ventisca. Danny miró fijamente a aquella mujer. Le parecía la chica más bella del mundo, a pesar de sentir escalofríos en su interior. Marley intentó agarrar a su hermano, pero no fue capaz. Un estallido de luz hizo desaparecer tanto a Danny como a la mujer pálida.
- ¡DANNY! ¡DANNY!
Misteriosamente, Marley pudo observar que se iban formando huellas deformes en la nieve. Decidió seguirlas, desesperada por el hecho de saber si le había pasado algo a su hermano. El camino de huellas le llevó a una extraña cueva. El ambiente de silencio le puso el cabello de punta a la chica, que cada vez tenía más miedo, aunque estaba dispuesta a hacer cualquier cosa con tal de recuperar a su hermano. Entró en la gruta decidida a traer de vuelta a Danny y para su sorpresa, no había nada. Una voz dulce pero escalofriante se hizo presente a sus espaldas.
- Déjame verlo…
Marley se giró con cuidado. Y allí estaba de nuevo. Una mujer con la tez tan blanca como la misma nieve que pisaba. Marley pensó que posiblemente en el pasado, la mujer de la ventisca había tenido una belleza insuperable, pero que con los años había ido de mal en peor.
- ¿Dónde tienes a mi hermano?
- Soltaré al chico…si me dejas verlo…
- ¿Dejarte ver? ¿El qué? ¿Qué pides? No sé lo que quieres decir…
- Déjame ver…una vez más…por favor…
La mujer de la ventisca se agarró fuertemente la garganta y luego se la acarició señalando una especie de colgante que llevaba encima. Le hizo a Marley señas para que se acercara, pero ésta no se movió. La chica, extrañada, centró la mirada en el colgante e intentó ver qué forma tenía desde lejos. Aquella forma le sonaba tanto que terminó por acercarse más a la mujer de la ventisca, que levitaba sobre el suelo. Concentrándose en no perder la atención del colgante, Marley pudo comprobar que tenía forma de cristal de nieve. Pero no era un cristal de nieve normal y corriente. Aquellas formas tan refinadas y elegantes solo se hacían bajo las manos del abuelo Bastian. La chica dio un paso atrás y amenazó al fantasma con la mirada.
- ¿Qué le has hecho a mi abuelo? ¡Contesta!
- Haz que venga aquí…por favor…no puedo salir de este bosque…estoy atrapada…
- ¿Qué quieres de él?
- Llévale el colgante. Y lo entenderá.
Marley fue corriendo a casa, con los ojos llenos de lágrimas y con el colgando tambaleándose en sus manos. No podía ver la relación que tenía aquel cristal de nieve fabricado por el abuelo con ese fantasma que aparecía en los días de ventisca en el bosque. Por otra parte estaba preocupada por Danny. Pensaba en que cuando el abuelo Bastian hubiera ido al encuentro de la misteriosa mujer, ésta soltaría a su hermano con un aspecto horrible y muerto de miedo.
Entró en casa con el corazón en la mano y llena de nervios, dispuestos a solucionar el enigma que le estaba atormentando el día. El abuelo Bastian estaba durmiendo en el sofá plácidamente. A Marley le dio apuro despertarlo, pero no tenía otra opción.
- ¡Abuelo, abuelo! ¡Despierta!
No hubo respuesta. El abuelo Bastian estaba sumido completamente en sus más placenteros sueños.
- ¡Abuelo! ¡DESPIERTA!
La voz atronadora de Marley hizo que el anciano se cayera del sofá, golpeándose en el brazo y mirando extrañado a su nieta con los ojos hinchados del sueño.
- ¡Danny está en peligro, abuelo! ¡Tenemos que ir al bosque!
- ¿DANNY EN PELIGRO? ¿QUÉ HA PASADO? ¿DÓNDE ESTÁ?
Marley no sabía cómo explicarle al abuelo Bastian lo que había sucedido. ¿Cómo podía empezar? Lo mejor que podía hacer era entregarle el colgante. Según la mujer de la ventisca, lo comprendería todo. Marley le acercó el colgante con forma de cristal de nieve a su abuelo. Éste abrió los ojos como platos.
- Ella…es ella…
El abuelo Bastian se levantó de inmediato y salió por la puerta, ordenándole a su nieta que le siguiera. Tenía los ojos llorosos y el rostro más arrugado que antes. Cuando llegaron al bosque, seguía abandonado. Era como si hubiera muerto mientras Marley estaba en Frozeart Cry y ahora solo quedara el cadáver de los viejos árboles. Pero a pesar del aspecto tétrico del bosque, ella estaba allí. El abuelo Bastian abrió los ojos y cayó de rodillas, aumentando el número de sus lágrimas. La mujer de la ventisca llevaba de la mano a Danny, que mostraba una expresión serena y tranquila.
- ¡Danny!- gritó Marley sin poder creerse el estado en el que había aparecido su hermano. Los dos chicos se abrazaron.
Bastian y la mujer de la ventisca intercambiaron una cálida mirada.
- Volvemos a vernos, Glaciela.
- Juntos…otra vez…Bastian.
Marley pudo comprobar que en los ojos de su abuelo florecía una sensación de alegría y gozo, como si todo alrededor pudiera desaparecer menos aquel fantasma.
- ¿Qué pasa abuelo? ¿Conoces a esta mujer?- preguntó Marley extrañada.
- Sí.- confirmó Danny sonriendo.- Glaciela me estuvo contando que el colgante del cristal de nieve se lo hizo el abuelo Bastian. Ella fue su único amor verdadero, pero la repentina muerte por una enfermedad de ella la hizo perderla para siempre.
Marley no podía reaccionar ante las palabras de su hermano.
- Pero Glaciela no podía irse al otro mundo sin antes despedirse de él, al menos en alma.
- ¿No se despidieron?
- No. Y por eso vive atrapada en este bosque, que fue el lugar donde se vieron por última vez. Hasta que hoy, por fin, se han vuelto a ver.
Marley se acercó más al abuelo y a la mujer para oír la conversación que estaban llevando a cabo. La chica estaba asimilando poco a poco la información que su hermano le acababa de contar.
- Solo…quería despedirme de ti…- dijo Glaciela arrastrando las palabras.
- Hace tanto tiempo de aquello…
- Ahora que he visto de nuevo tus ojos, puedo irme tranquila.
El abuelo hizo intento de tocar el rostro de Glaciela, pero no pudo.
- Te he amado desde entonces.
- Lo sé. Lo he sentido, Bastian. Por eso estoy aquí.
- Quédate conmigo para siempre.
Marley estaba confusa. ¿Qué quería decir el abuelo con esa frase que le había dicho a la misteriosa mujer? ¿Estaría delirando? La mujer asintió, y el anciano se dirigió a sus nietos y los besó en la frente. Le dijo a Danny que cuidara de su hermana y que se portaran bien. Ya eran mayores para tomar decisiones sin él y para comenzar a vivir sus vidas. Marley se abalanzó a los brazos del abuelo y Danny lloró con la cabeza baja. Era inevitable: el abuelo estaba dispuesto a irse con Glaciela para siempre. La mujer le cogió la mano al anciano y le besó. Juntos llevaron entre sus dedos el colgando del cristal de nieve, entrelazado en los dedos. Poniendo rumbo a lo más espeso del bosque, una luz brillante como el astro rey los envolvió hasta desaparecer.
- ¡Nunca nos olvides, abuelo! ¡Te queremos!
- ¡Te guardaremos el secreto!
Y con una expresión de dolor en sus rostros, pero a la vez de felicidad por su abuelo, los dos chicos emprendieron el camino de regreso a casa, inmortalizando para siempre la historia de amor de Bastian y Glaciela en lo más profundo de sus recuerdos.
Cuando la anciana terminó de contar la historia, me quedé alucinado. Parecía tan real que no sabía de qué maravillosa manera resumirla sin dejarme atrás algún detalle importante.
- ¿Vive aún esa tal Marley?- pregunté con tono de curiosidad.
- En efecto, jovencito. Soy yo.

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